A todas esas mujeres que el mar pone una arruga en su cara cada vez que salen a faenar...
Sedientas las arenas, en la playa sienten del sol los besos abrasados, y no lejos, las ondas, siempre frescas, ruedan pausadamente murmurando. Pobres arenas, de mi suerte imagen: no sé lo que me pasa al contemplaros, pues como yo sufrís, secas y mudas, el suplicio sin término de Tántalo. Pero ¿quién sabe...? Acaso luzca un día en que, salvando misteriosos límites, avance el mar y hasta vosotras llegue a apagar vuestra sed inextinguible. ¡Y quién sabe también si tras de tantos siglos de ansias y anhelos imposibles, saciará al fin su sed el alma ardiente donde beben su amor los serafines! (Rosalía de Castro, de En las orillas del Sar) Mil besos... |
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